Y dejando el parloteo con mi cónyuge que demostraba su preocupación, me alejé lo bastante lejos del automóvil para poder satisfacer mis necesidades.
Caminé unos 100 m ayudado por mi linterna y vislumbre a lo lejos una lucecita. Era evidente, aquel lugar estaba plagado de luciérnagas. Volví hacia atrás y aunque a regañadientes, conseguí que mi esposa y mi hija me acompañasen para ver unos bichitos que solo conocíamos de los libros y de algunos de esos documentales soporíferos (no aburridos) que suelen poner en TV2 después de comer.
Cuando estábamos a punto de llegar a la luciérnaga, descubrí que unos metros más adelante había otras 2 lucecitas: una roja en una dirección y otra blanca en la contraria.
Aunque mi espíritu me guiaba hacia la roja, mis años de conductor me indicaban que ese no debía ser el camino correcto, así que seguí el camino marcado por las lucecitas blancas.
Caminábamos siguiendo las lucecitas, en algunos momentos veíamos luces rojas que a mi entender nos indicaban el camino erróneo. Si habéis caminado solos por el bosque os habréis dado cuenta de la multitud de sonidos existentes entre la oscuridad, pero continuemos con nuestra historia.
Al parecer no éramos los únicos que seguíamos esas lucecitas ya que a lo lejos se vislumbraban otras lucecitas en movimiento, ¿hacia dónde nos dirigíamos todos?
Escribiendo y recordando esto se me pone la piel de gallina. Esta situación se tornaba un tanto extraña, por un lado quería ver donde acabaría aquello, por otro, la prudencia de mi mujer y la responsabilidad que tenía por mantener seguro a mi pequeño vástago. Al final la responsabilidad me hizo retroceder.
Si hay alguien que desee saber el final de la historia que busque lucecitas en estas coordenadas:
N 41° 59.510' W 003° 01.447'
tal vez si su arrojo supera al mio sea capaz de descubrir el final de la historia.
El miedo había hecho olvidarme de mis necesidades fisiológicas, pero esta vez, ignorando mi pudor, a escasos metros del coche me alivié.
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