Skip to content

Gunkanjima,isla fantasma.Serie misterios japoneses Mystery Cache

Hidden : 5/18/2015
Difficulty:
3 out of 5
Terrain:
1.5 out of 5

Size: Size:   micro (micro)

Join now to view geocache location details. It's free!

Watch

How Geocaching Works

Please note Use of geocaching.com services is subject to the terms and conditions in our disclaimer.

Geocache Description:

Gunkanjima, la isla fantasma

Serie misterios japoneses







En la costa Nagasaki, Japón, se encuentra una de las islas abandonadas más Y famosas del mundo, la isla de Gunkanjima “barco de guerra” en japonés (También llamada Hashima), por la silueta que adquirió cuando fue amurallada para protegerla de los envites del mar.

La fascinación que despierta contemplar una ciudad moderna abandonada como Prypiat o Varosha, probablemente se deba a la estampa apocalíptica que supone ver hecho realidad el futuro que aguarda al mundo cotidiano que nos rodea; ciudades otrora bulliciosas, convertidas en naturalezas muertas con sus calles desiertas y las sombras fantasmagóricas de sus edificios deshabitados, descomponiéndose lentamente con el paso del tiempo.

Sin embargo Hashima tiene algo que la hace especial; no fue abandonada por causas de fuerza mayor, guerras o un desastre nuclear, fue abandonada por motivos económicos. Al cerrarse la única explotación minera de la isla, sus empleados perdieron su trabajo de la noche a la mañana y se vieron obligados a abandonar la isla, seguidos por todo el sector subsidiario y de servicios creado alrededor, que se desmoronaba como un castillo de naipes.


El desarrollo de Gunkanjima:


Hashima recibe sus primeros habitantes cuando en 1887 se descubre una veta de carbón en el subsuelo marino, a 200 metros por debajo del nivel del mar pero no comienza a ser explotada industrialmente hasta 1890, año en que la empresa Mitsubishi compra la isla en plena revolución industrial japonesa. En la foto, la isla a finales del siglo XIX, antes de amurallarse y como quedó después;



Hashima está encuadrada en un grupo de pequeñas islas, algunas deshabitadas, situadas cerca de la costa, aunque no lo suficiente como para que muchos trabajadores se planteasen residir de forma permanente en el cayo. El hormigón fue comiendo poco a poco terreno al mar y en 1907 todo el litoral de la isla era amurallado para protegerlo del fuerte oleaje y los frecuentes tifones;



Para 1916, la mina producía 150.000 toneladas de carbón y en tan solo 30 años, había pasado de estar prácticamente deshabitada a albergar una población de 3.000 personas, por lo que la compañía Mitsubishi se planteó su edificación para proporcionar alojamientos más estables. El primer bloque de apartamentos construido, una mole de hormigón de 6 pisos con balconadas de madera, seguía una arquitectura gris y funcional que caracterizaría al resto de edificios posteriores, llegando a alcanzar hasta las 10 plantas unidas entre sí por un laberinto de estrechos pasillos, corredores y escaleras. En la foto, el edificio contiguo al hospital;



En 1917 se construye el residencial Nikkyu en el centro de la isla, un complejo de apartamentos en forma de “E” que aquel año se convertía en el edificio más alto de Japón. En 1918 se construía el siguiente bloque y así se llegaron a levantar hasta 30 edificios de apartamentos en los escuetos 1,2 kilómetros cuadrados que tenía la isla. Mientras la construcción se paralizaba en todo Japón durante toda la segunda guerra mundial, en Hashima se seguía construyendo, dada la alta cantidad de carbón demandada por el esfuerzo bélico.


Los episodios más oscuros de la isla:


En 1941, cuando el Japón imperial atacaba Pearl Harbour y entraba en conflicto con Estados Unidos, la mina estaba entregando 400.000 toneladas de carbón al año y se producían los episodios más oscuros de la isla. Seiscientos presos coreanos y una cantidad indefinida de presos chinos eran trasladados a Hashima para ser esclavizados en la explotación, de los cuales 1.300 habían muerto en accidentes, por malnutrición o enfermedades para cuando en 1945, la bomba atómica lanzada sobre Nagasaki hacía temblar los edificios de la pequeña isla, poniendo punto y final a la guerra.



Uno de los presos coreanos supervivientes, Suh Jung-woo, describió el peligroso trabajo en la mina, donde los continuos accidentes se cobraban 4 ó 5 vidas todos los meses. La mina era una explotación vertical cuyos túneles recorrían el subsuelo marino. Se accedía a ella mediante un ascensor que llegaba hasta una gran cámara y desde este vesíibulo se excavaban estrechos túneles para extraer el carbón por debajo del lecho marino. El peligro de derrumbamientos era constante, con todo el peso del mar por encima amenzando inundar los túneles en cualquier momento, además de que aparecían muchas bolsas de gas, cuya inhalación resultaba fatal. En la foto, las famosas “stairway to hell” ó “escaleras al infierno”. La leyenda cuenta que se llamaban así porque por ellas, muchos trabajadores accedían desde la ciudad al otro lado de la isla donde estaba la mina. Otras versiónes dicen que el mote alude simplemente a lo empinadas y resbaladizas que eran;



Los maltrechos trabajadores esclavizados solo recibían como sustento sobras de alubias mezcladas con algo de arroz y una masa informe de sardinas. Cincuenta de ellos, desesperados por la extenuación se suicidaron arrojándose al mar desde las murallas, intentando alcanzar la cercana isla de Takashima. Mitsubishi, al igual que otras empresas japonesas, siempre se ha negado a pedir disculpas por el uso de mano obra esclava durante la guerra.


Los episodios más oscuros de la isla:


Con Japón enfrentándose a una dura posguerra y la capital de la prefectura arrasada por la explosión nuclear, Hashima vivía una segunda edad de oro, irónicamente gracias a otra guerra, la de Corea entre 1950-1953, al volverse a disparar la demanda de carbón.

En 1959 se convertía en el lugar con mayor densidad de población del planeta, con una población total de 83.500 personas por kilómetro cuadrado, hacinados en la porción de isla que no era terreno de la mina, es decir, en prácticamente todos los rincones de los 720 metros cuadrados restantes, a lo largo y a lo alto.



En los edificios no solo se hacinaba la gente, sino que proliferaban restaurantes, cafés, casas de juego, clubs, había una escuela con gimnasio y patio, una guardería, un hotel, un hospital con ala de aislamiento, al menos 25 tiendas, peluquería, un templo budista, un cine-teatro, pista de tenis, una pequeña comisaria, una oficina de correos, baños públicos e incluso un burdel.



Cuando un trabajador llegaba a la isla para quedarse, muchas veces acompañado por su familia, esposa e hijos, desembarcaba en el puerto, donde una especie de hall casi a ras de mar daba acceso a un largo y ténebre tunel que desembocaba en la ciudad.

Después permanecía alojado en el hotel hasta encontrar alguna vivienda libre en los numerosos bloques de apartamentos, enfrentándose a una rígida organización jerárquica de clases en cuanto a la asignación de pisos. Si el trabajador era soltero o perteneciente a una subcontrata, se le instalaba en los viejos pisos de una sola habitación, con cocinas y baños comunales. Si era empleado de la compañía Mitsubishi y llegaba con toda su familia, se le daba un piso con dos habitaciones de 10 metros cuadrados cada una, con cocina y baños propios;



Los oficiales de primera, maestros, médicos y personal relevante recibían apartamentos similares pero más lujosos y el director de la mina disponía de la única casa particular que existía en la isla, construida de manera simbólica en el punto más alto de todo el enclave.



Cuando la población alcanzó su pico, en Hashima no quedaba ni una sola zona verde con vegetación y en 1963, la ciudad, que vivía una especie de renacimiento, con las casas llenándose de electrodomésticos, neveras, televisiones, hornos… se lanzaba a cultivar plantas en los pocos espacios libres que quedaban, sobre todo en azoteas y balconadas, creándose una especie de moda por los jardines colgantes al estilo babilónico.


Los últimos días de Hashima:


El optimismo de los habitantes no duró mucho porque a finales de los años 60, el petróleo comenzaba a sustituir al carbón como combustible en casi todos los ámbitos y numerosas minas cerraban a lo largo y ancho de todo Japón. Mitsubishi había ido trasladando paulatinamente a muchos trabajadores de Hashima a otras zonas y el 15 de Enero de 1974 celebraba una ceremonia en el gimnasio del colegio para anunciar el cierre de la mina. En la foto, el colegio visto desde el patio a la izquierda y visto desde la pista de tenis contigua al hospital a la derecha;



Entonces los habitantes, realizando un precipitado éxodo, abandonaban la isla en apenas 4 meses, ya que la empresa propietaria no tenía intención de reconvertir su única industria y la escuela, tiendas, clubs… perdían de repente a todos sus clientes. La mayoría de la gente se iba con lo imprescindible, probablemente porque al tener un destino incierto, no podían llevar consigo los muebles o los electrodomésticos. El 20 de Abril de 1974, un día lluvioso y gris, embarcaba el último residente que permanecía en Hashima, mirando con tristeza los edificios abandonados debajo de su paraguas mientras se alejaba en el transbordador.



Tras el abandono se abrió un duro capítulo de conclusiónes, tratando de encontrar una explicación al hecho de que una ciudad moderna como otra cualquiera quedase abandonada de repente, dejando atrás edificios e infraestructuras en perfecto estado de funcionamiento, que habían llegado a proporcionar cierta confortabilidad y sobre todo, las muchas horas de trabajo invertidas en la mina y todas las vidas allí perdidas, tras la extracción de 16,5 millones de toneladas de carbón.



Se ha querido ver en Hashima una recreación de toda la sociedad japonesa en miniatura y extrapolar a toda ella su destino. Se ha criticado la sobredependencía del país en las exportaciones, la extenuación de los recursos naturales hasta el límite, la urbanización salvaje que no dejaba ni una sola zona verde cultivable, la falta de previsión ya que nadie contaba con que la mina cerraría algún día e incluso el gobierno japonés, empleó fotos de la ciudad en anuncios donde se conminaba al ahorro energético. Mucha gente que visita Hashima regresa impresionada con lágrimas en los ojos, tal vez por tratar de buscar un sentido a lo que han visto y darse cuenta de que no lo hay. En una pintada que alguien realizó sobre una desconchada pared reza; “la vida nunca volverá a esta isla”.



Hoy en día, Hashima es una ciudad fantasma que alberga una especie de museo de los años 70 a punto de desmoronarse. Los edificios están bastante más dañados de lo que parecen en fotos, las calles están llenas del material caído desde las fachadas, maderas de vigas y balconadas, cristales, trozos de tuberías y cables. Al ser abandonadas tan precipitadamente, muchas de las casas se pueden contemplar tal y como las dejaron sus moradores justo en el momento que se fueron; los muebles, los platos en el fregadero, las estanterías llenas de utensilios, los electrodomésticos y todo tipo de parafernalia de la época.

El saqueo posterior al abandono fue relativamente bajo al ser una zona de difícil acceso y gracias a cierto nivel de vigilancia por parte de las autoridades japonesas, que al considerar el lugar como peligroso, prohibieron su visita hasta el año 2007 desde el cual debido al interés que despierta, se permiten realizar visitas guiadas.





Additional Hints (No hints available.)