LA CALA DEL PEQUITAS
La persecución había durado varias horas. La tripulación del Eneas estaba exhausta. El capitán Blade Scallawag escapaba con su tripulación tras haber asaltado el faro de Castro Urdiales, donde había obtenido un cuantioso botín, distribuido en cinco recipientes cilíndricos.
No esperaba la rápida reacción del comandante naval de Cantabria. La flota de Santoña había zarpado en su búsqueda cuando apenas se encontraban a unas millas de la costa. Long Frog Signal había dado la voz de alarma. Cuatro barcos de guerra se aproximaban por la banda de babor. La única oportunidad era buscar la protección de la costa, la navegación próxima a los arrecifes era favorable al Eneas, un pequeño bajel de gran maniobrabilidad. Steerin’ Stella, al mando del timón, viró bruscamente a estribor. Pero no había tiempo para escapar y hubo que presentar batalla.
El artillero Bill Blaster, apodado “Pequitas”, hizo tronar los cañones del Eneas mientras Oggin Molley, al que llamaban Sultandani, se preparaba para el asalto. Steering Stella manejaba con firmeza el timón mientras Long Frog Signal la guiaba entre las rocas que sobresalían de la Punta de Yesera. Tenían que alcanzar la playa de Oriñón, donde encontrarían refugio en tierra firme. Frente a ellos se encontraba la Punta de Sonabia. Una vez alcanzado el Cabo Cebollero, viraron hacia el Sur. La Ensenada de Oriñón se encontraba frente a ellos. Entonces, se desató el fin del mundo.
Frente a la Punta de Islares había otros dos barcos de guerra. El botín contenido en los cilindros era muy valioso. El Eneas no tenía ninguna oportunidad. Blade Scallawag cogió los cilindros y los distribuyó entre los miembros de su tripulación, quedándose él mismo con uno de ellos. Cada pirata escondería su cilindro en algún lugar de la ensenada. Posteriormente, se reunirían junto a los Ojos del Diablo.
Y así, abandonaron el Eneas.
Bill Blaster era rápido en el agua. Observó una pequeña cala por la banda de estribor y saltó hacia ella con su cilindro. No lo volvieron a ver. Parecía como si las aguas se lo hubieran tragado. Pero no era así. Tenía una apnea que superaba los límites humanos y había descendido hacia las profundidades. Allí había encontrado el lugar adecuado para esconder su pequeño tesoro. No sería fácil que cayera en manos muggles pero sabía que corría un riesgo, el cilindro no debía ser abierto en el agua o el tesoro en él escondido sufriría un deterioro irrecuperable. Salió a la superficie, nadando con increíble agilidad. Alcanzada la orilla de la pequeña cala se volvió hacia el Eneas, que se encontraba en llamas. Blade Scallawag seguía en el puente de mando. Sabía que ese cilindro no caería en manos enemigas y apuntó en su libro de bitácora cuatro palabras: La Cala del Pequitas.