Dicen las crónicas que la plaza de toros de Astorga es una de las más antiguas del Noroeste español. Su andadura más cercana comenzó a principios de siglo cuando el Ayuntamiento decide construir un coso en las afueras de la ciudad, en una explanada cercana al río Jerga y al camino hacia Val y Santiagomillas. Pero los deseos no son suficientes para levantar construcciones, y los vecinos tuvieron que arrimar el hombro. Caballerías, carros y personas aportaron piedras y realizaron su colocación en los muros del coso maragato. Dicen las crónicas que una parte de las grandes piedras, pues la plaza siempre tuvo muros duraderos, procedían del palacio/castillo del Marqués de Astorga del que desgraciadamente no queda nada, a no ser los pedruscos en alguna parte del muro perimetral de la plaza. La plaza se inauguró con un festejo y cada año, por agosto y Santa Marta, los astorganos, que habían puesto dinero y sudor personales, disfrutaron de los toros. Pero los años treinta fueron nefastos y la guerra acabó por incrementar el deterioro de un coso que se quedó en ruinas.
En la década de los años cuarenta, un empresario conocido en su pueblo maragato y en todas partes como Cuarentavacas se hizo cargo, por concesión municipal, de la plaza de Astorga y volvió a reconstruir el coso, los muros y todas las instalaciones.
Volvieron los toros a la ciudad, los aficionados a disfrutar de una corrida, un festival cómico y una becerrada, que siempre fueron las señas de identidad del programa agosteño.
Pero el paso de los años fue minando la plaza. Cada vez era más complicado mantenerla, y en los años setenta ya era una ruina visible, que se incrementó durante los ochenta hasta parecer casi irreconocible.