Azor se dirigió hacia el puente, en dirección Norte. Allí jugaba con Justo a lo que su dueño llamaba “el gato y el ratón”. A Azor no le gustaba el nombre del juego, él hubiese preferido “el perro y el gato”, pero se lo pasaba muy bien persiguiendo la lucecita que Justo le proyectaba en diversas zonas del parque. Le hacía correr de un lado para otro y eso lo mantenía en forma. ¡Era el perro más veloz del parque! Y por eso también le gustaba participar en las carreras.
A Justo no le importaba mucho si Azor ganaba las competiciones. Él nunca apostaba. Iba allí porque sabía que Azor disfrutaba corriendo y jugando con sus amigos. Conocía a perros de muchas partes del mundo y parecía que Azor disfrutaba charlando con todos ellos. Tan solo intentaba apartarse de Loba. Decían que era una hembra de lobo, domesticada por su dueño. Por su comportamiento con otros perros, no parecía muy sociable.
Al llegar al puente, Azor observó dos señales en el tercer poste de cada lado contados desde el cementerio. Recordó que, en su bolsita del cuello, llevaba el lápiz que proyectaba la lucecita roja. Y lo apoyó en el poste del Oeste. La luz apuntaba a una especie de cubo y se dirigió hacia allí. Al llegar, vio unos números grabados en la esquina, de arriba a abajo, a la altura de la vista de un humano. Los recordaría, a lo mejor los había grabado Justo.
Regresó al puente y colocó su bolígrafo de luz en el poste del Este. Apuntaba a un árbol. Y siguió el rastro…