Un
año particularmente seco, cuando las cosechas amenazaban con morir, en el
equinocio, sus
habitantes se reunieron junto a la fuente. En el momento en que se junta el días
y la noche, cuando el sol se oculta y las
estrellas comienzan a aparecer en el cielo, un anciano se adelantó sosteniendo un cántaro de barro
lleno del agua cristalina y con voz profunda pronuncio la siguiente oración:
"Este agua es
vida, es la esencia de la tierra, hoy, que el
equilibrio se restablece en el mundo, roguemos por la lluvia, por la fertilidad
y por la renovación"
Los asistentes
al acto se arrodillaron, formando un círculo
alrededor del manantial, y comenzaron a cantar, pidiendo lluvias a Cybele.
Un sonido profundo y misterioso surgió desde el fondo de la
tierra, los árboles se mecieron suavemente, y una brisa fresca recorrió el valle.
Aquella misma noche, la lluvia comenzó a caer y de la fuente brotó
agua con tal intensidad que sus aguas se desbordaron, inundando los
campos. La fuente se
convirtió en un lugar aún más sagrado, y desde entonces, cada equinoccio, gente proveniente de diversos lugares se reune allí, renovando sus esperanzas y su conexión con el
ciclo eterno de la naturaleza.
La leyenda perduró en el tiempo y fue transmitida de generación en generación. Y aunque
no hay registros escritos de aquellos rituales, muchos creen que, en los momentos de
equilibrio, en el equinoccio de primavera, las aguas del Ebro aún susurran secretos
antiguos, como un recordatorio de los días en los que la tierra y el cielo se
encontraban en perfecta armonía.
Hoy, en ese lugar
hay una imagen de la Virgen del Pilar,
asociada con el origen del río según algunas leyendas locales. Una de las
más conocidas, relata como la Virgen
hizo brotar las aguas del Ebro al golpear el suelo con su pie, dando lugar al
manantial.