FUENTE DE LOS
TILOS
El
paseo botánico se inicia en el kilómetro 47,6 de la carretera
CM-210, a seis largos de Beteta, y es una angosta vereda que se
introduce en el bosque para ir a cruzar el Guadiela por el pequeño
puente de Tablas. El camino acompaña al río aguas abajo: aguas
frías, oxigenadas y cristalinas, en las que proliferan las truchas
y se miran los sauces y los álamos temblones de los ribazos. Y así
es como, al poco de andar, se llega junto a unos paneles
–suponiendo que los vándalos no los hayan destruido, cosa que
ya ha sucedido en más de una ocasión– que informan de la
riqueza vegetal de la hoz: pino laricio, arlo, avellano, acebo,
boj, tilo, tejo, sabina...
El
itinerario prosigue sin pérdida posible al pie del acantilado,
donde se descubren rarezas como la grasilla, planta carnívora que
atrapa a los insectos segregando una substancia viscosa; miradores
desde los que se avista, allá en la orilla contraria, la mole
caliza de la Peña del Castillo, en la que anidan alimoches y
buitres leonados; espesas avellanedas, fuentes como la del Fresno
y, ya al final del recorrido, la de los Tilos. Y tilos son,
precisamente, los árboles más memorables de la hoz, por su talla
–hasta 35 metros–, su longevidad –pueden vivir
más de mil años–, sus grandes hojas en forma de corazón y sus
flores que hacen que junio huela a miel.
Junto
a la fuente, hay una central hidroeléctrica que alimenta a la
cercana fábrica de carburo de Vadillos. Ciertamente, la roca caliza
necesaria para hacer carburo no falta en esta sierra; una sierra
que, además de en hoces, es pródiga en cuevas, simas y otros
pasatiempos de espeleólogos. Mamá naturaleza es tremendamente
previsora.
La
vuelta, por el mismo camino.