Observando estos vetustos y bellos arcos de San Roque, sus gruesos y sólidos muros de argamasa aún en pie, las grandes proporciones de la iglesia y hasta el inicio de unas rudimentarias escaleras para subir al púlpito, la imaginación vuela por aquellos vericuetos pensando lo repletos que estarían de fieles aquel segundo lunes de Enero del año 1600 cuando se erigió por decreto del Consejo municipal esta Ermita en gratitud por librar de la segunda aparición de la peste bubónica en Ayora, el año anterior, 1599.
Acuarela por Roberto Oliveros Villalobos
Comenzó el azote de la epidemia en la cercana localidad albaceteña de Almansa, y cuentan que pronto se contagió Ayora. Desapareció fulminantemente tras las rogativas de gran cantidad de fieles de ambos pueblos. Reconociendo muchos la intervención del Ángel de Ayora -que ya libró a esta Villa en 1392- es cuando acuerda el Concejo levantar – en un solo año-, una ermita para honrar tal efemérides, situándola precisamente en este bonito recodo del camino, donde todavía hoy vemos sus ruinas. El mismo Ayuntamiento acuerda establecer “Estación pública” dicho lugar siguiendo la tradición de celebrar una romería cada año en la fecha acostumbrada, con solemne Misa y sermón, predicando aquel año el afamado predicador sagrado, nacido en Ayora, D. Gabriel Hernández. Es curioso mencionar que tras los solemnes oficios, la romería siguió el camino de vuelta, deteniéndose en lo que es hoy ermita del Ángel (inexistente entonces), y cantando la preceptiva Salve, de rodillas.
Castillo de Ayora desde el caché
Es decir, que la primera Ermita que se hace en Ayora al Ángel es donde están hoy estas mencionadas ruinas, y el nombre que se le pone es: “Ermita del Santo Ángel y de San Roque”. El hecho de levantarla en una fecha tan tardía respecto a la aparición del Ángel, es una clara señal de la progresiva falta de devoción de los antepasados que tuvieron que sufrir una segunda embestida de la peste, para acordarse de su Ángel Tutelar y asimismo, del patrón de las apestados, San Roque, hermanándolos en el nombre de la recién construida Iglesia. Pero no satisfechos del todo con esta doble titularidad y algo removida su débil conciencia, pronto levantaron otra pequeña ermita en el exacto lugar de la aparición, dedicada ésta exclusivamente, al Ángel Custodio.
Fue bendecida en 1639 por el obispo de Orihuela, y es el sitio concreto donde desde entonces se canta la Salve cada año en el tradicional segundo lunes de Enero. La pequeña ermita, debido a la creciente devoción del pueblo, fue sucesivamente ampliada y reformada en distintas fechas hasta llegar a la actual. Ante todos estos datos va perdiendo importancia siendo progresivamente relegada y tomando protagonismo la nueva.
Consecuencia de ello, es que San Roque se deteriora cada año más. Pero algo raro o milagroso debe pasar aquí, y es que el famoso Santo, se niega a dejarla caer definitivamente llevando ya 306 años en ruinas. ¿No son muchos para una iglesia abandonada a su suerte, sin conocerse haya sido reparada?
Ahí estás sus bellos y robustos arcos sostenidos milagrosamente por los recios muros y contrafuertes; los huecos de las numerosas capillas bien a la vista, y hasta esa minúscula escalinata que llevaría al púlpito.
Miles de tormentas han ocurrido desde entonces, vendavales y ventiscas, hielo y nieves, tremendas avenidas y torrenteras. Cualquier ribazo, que en Ayora los hacen bien, hubiera ido al suelo a la mínima, y estas “viejas ruinas” de la ermita de San Roque aguantan.
Todos los años casi todo el pueblo acude por allí, junto a su inexistente puerta, y pasan las Autoridades y el Clero, y casi nadie sabe que aquello fue la inicial “casa” de nuestro Ángel, y lo menos que podría merecer, sería que a alguien se le ocurriera detenerse un momento y pronunciar todos -siquiera mentalmente una oración por San Roque, que al fin y al cabo Santo es, y patrón de todo tipo de epidemias, por añadidura-. Acaso por ello atraen estas piedras, a la vez, por los misterios que encierran y también por la discriminación ingrata y absurda de tener como apestado a un lugar que fue levantado por nuestros antepasados dando gracias por habernos librado de la epidemia.
Mientras estén sus ruinas serán testigos de algo muy hermoso que allí sucedió.
Castillo de Ayora desde las ruinas
Situación
Estas ruinas pueden verse próximas a la Ermita del Santo Ángel, junto a un camino agrícola al pie del Cerro de la ermita, en la zona conocida como "El Infierno". Dista unos 3 kms. de Ayora, saliendo de la población hacia el norte, a la izquierda de la N-330.
Sólo quedan en pie los muros de mampostería de su única nave, reforzados por sólidos contrafuertes. Toda la bóveda -que debió ser de medio cañón- se vino abajo, quedando sólo los arcos de piedra sostenidos por pilares en los muros, que dividían el templo en cinco tramos. La cubierta sería de doble vertiente, soportada por vigas de madera.
Ruinas de San Roque
El recinto está totalmente a la intemperie, con el suelo sembrado de escombros y maleza. Hasta no hace mucho aun podían verse elementos de la fachada, de línea barroca con espadaña. También pervivían algunos detalles, como la hornacina en el testero y restos de un púlpito.
A escasos metros se encuentra la zona conocida como Los Infiernos de San Roque, un paraje natural en el que hay unos curiosos contrastes de colores producto de la naturaleza de sus suelos de yesos rojos, ocres y amarillos.
Infiernos de San Roque
Yesos rojos de los Infiernos
Si buscas por los campos y te fijas con detalle podrás encontrar cristales de Jacinto de Compostela, un tipo de cuarzo muy particular que hacen pequeños prismas rojos o hematoideos procedentes de la formación de arcillas y yesos del Keuper del Triásico superior.
Hay un Jacinto de Compostela a modo de FTF dentro del caché, pero si no lo quiere el FTF puede pasar la vez para el siguiente.
Texto basado en un artículo titulado Viejas Ruinas de San Roque de José Martínez Sevilla, según datos de Miguel Perales, recogidos y ampliados por Eufrosino Martínez.