Se sitúa este caché en uno de los escenarios naturales más atractivos de todo el litoral murciano: Cuatro Calas. Básicamente, se trata de un conjunto natural, protagonizado por el cuarteto que componen las playas de Calarreona, La Higuerica, La Carolina y Cala Cerrada o Los Cocedores. Las cuatro armonías están separadas por pequeños o medianos acantilados generalmente de sustratos calizos con abundantes margas y areniscas.
Todo ello conforma un paisaje seco y árido, pero de singular belleza. No en vano, está protegido por la administración y además, sus 173 hectáreas de superficie están catalogadas como LIC (Lugar de Interés Comunitario).
Además de algún que otro caché, esconde Cuatro Calas un tesoro geológico. Se trata del afloramiento volcánico de La Carolina, situado en la cara sur de Punta Parda. Este volcán da la espalda al visitante y mira de frente hacia el mar que, con sus propias mareas, lo protege a diario de la incursión de los curiosos.
Los estudiosos del tema han situado el origen de estos restos volcánicos en una época conocida como Mioceno Superior, hace poco más o menos unos 11 millones de años.
Antes de todo este proceso e incluso durante buena parte de él, lo que hoy es el cerro de Punta Parda con sus 42 metros de altitud, estuvo sumergido bajo un mar en ocasiones tranquilo donde se depositaron abundantes arenas y, con ellas, numerosas conchas y huesos de animales marinos habituales en aguas tropicales.
Cuatro Calas pertenece al término municipal de Águilas, sin embargo, la última de sus playas (Los Cocedores) marca ya la frontera con Andalucía y se inscribe dentro del municipio de Pulpí.
El nombre de esta cala limítrofe está vinculado a la antigua explotación de uno de los recursos naturales de la zona: el esparto. Los cabezos de este territorio estaban (y están) poblados de esta gramínea. Y en esta playa estaban los llamados “cocederos”, el lugar donde se blandeaba la planta para su posterior manipulación. La Carolina también conserva algunos de ellos. Como también conservan, ambas calas, los mejores ejemplos de las viejas viviendas “trogloditas” de los que trabajaban el esparto o se dedicaban a la pesca.
Por los espartizales puedes cruzarte con conejos europeos, que se desplazan sin prisas ni reloj, con erizos comunes que transitan lentos y pausados, y con rápidos e inquietos ratones de campo que juegan al escondite con sus primos mayores, los zorros de la estepa. Son también habituales de esta zona los gorriones, las grajillas, las abubillas, los estorninos…Todos ellos vigilan desde las alturas a la variada población de lagartijas, salamanquesas y culebras que se arrastran por el polvo arenoso de este enorme secarral.
Pero no todo es polvo y calor, la contemplación del agua turquesa y tranquila de estas calas es ya una acción refrescante. Los baños son cálidos, lejos de los fríos atlánticos de las masas de agua de otros mares. Y el litoral sumergido que esconden es, igualmente, una joya medioambiental.
El acceso a Cuatro Calas, desde Águilas se hace a través de la N-332, por la que llegaremos, tras recorrer 4 Km, a la urbanización de Calarreona, donde está enclavado el albergue. Allí hay una explanada donde se puede dejar el coche, y un sendero marcado que comunica entre sí las cuatro playas.
Pasen y vean, Cuatro Calas les espera.
Caché pequeño. Abrir la tapa tirando de la lengüeta para no despegar la ranita guardiana que lo custodia. Tiene logbook y lápiz.