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Misterio en Santiago de la Torre Multi-cache

Hidden : 4/27/2019
Difficulty:
3 out of 5
Terrain:
2 out of 5

Size: Size:   large (large)

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Geocache Description:


Aclaración: Aunque inspirada en lugares reales, esta historia y sus personajes es totalmente ficticia. El relato se ha realizado de esta forma por puro entretenimiento y para hacer pasar un buen rato a todo aquel que se acerque a leerlo y realizar este multicaché.



I

Una carta sin remite apareció en el buzón de su piso de Cuenca, una mañana de finales de noviembre. Como surgió entre otras de banco y otras notificaciones, al principio no le dio importancia y la dejó sobre la mesa con las demás. Fue más tarde cuando, disponiéndose a tomar asiento en el sofá y ver un rato la televisión, cogió toda la correspondencia. Fue leyendo con desgana su dirección a través de sobres con ventanilla, hasta que apareció uno diferente. Con una caligrafía exquisita, leyó su nombre y el resto de su dirección:

Andrés Jiménez del Valle


Leer su nombre, incluido el tratamiento de don delante, con esa letra tan pulcra y con caligrafía de otros tiempos, fue lo que le provocó un pequeño estremecimiento. El escalofrío quizá vendría por la sorpresa de recibir una carta manuscrita, al tiempo de preguntarse quién le podría escribir una misiva. Le dio la vuelta al sobre, no había nada. Se podía percibir un ligero tono color sepia en un papel fuerte y rugoso. El cierre terminaba en punta. Era un sobre clásico, de los que se veían más a menudo años atrás. El pequeño asombro le provocó cierta inquietud y, en medio de esta turbación, fue a buscar algún abrecartas para no dañar el material. Fue toda una ceremonia pasar el instrumento afilado por la rendija del sobre y lentamente ir abriendo el cierre por encima. En el interior, había una hoja de papel de buena calidad, tamaño folio, pulcramente doblada en tres partes. En dicha página, escrito con mecanografía, se leía lo siguiente:

Estimado Andrés,

¿Qué tal va la vida? Espero que te encuentres bien. No sé si te acuerdas de mí,, sé que hace ya mucho. Creo que no me queda demasiado tiempo en este mundo, por eso quisiera revelarte algo importante. Por favor, ven a verme pronto y te contaré algo. No quisiera dejar esta vida con este peso que me ahoga, con este pensamiento que me corroe.

Por supuesto, creo que sabes dónde puedes encontrarme. Me despido esperando saber de ti, te envío un afectuoso saludo.

Pedro Alarcón


Pedro Alarcón, Pedro Alarcón… le daba vueltas a ese nombre que le parecía no recordar, pero al cabo de unos minutos fue aclarándose todo en su mente. Había dos lugares asociados a dicho nombre, y con ellos toda una historia enterrada de un antiguo pasado. Ahora estaba floreciendo, a modo de excavación arqueológica. Cincel en mano, iba vislumbrando todo. Una historia inconclusa que no había sido resuelta. Ahora la vida le abocaba a resolver lo inacabado. Los lugares eran Las Pedroñeras y, sobre todo, el castillo de Santiaguillo, o la aldea de Santiago de la Torre, aldea del campo con castillo que conocía desde pequeño.

Pedro Alarcón había sido el antiguo capataz de la casa situada en la aldea, y su padre, Manuel Jiménez, uno de los peones de la finca, en la que llegaron a trabajar unas veinte personas. Realmente nunca había sido muy rentable, a pesar del empeño que tuvo la familia Resa en que ello fuera posible. En esa época, el dueño, Antonio Resa, procedía de Belmonte y había comprado la aldea en la década de los sesenta del pasado siglo. Al mismo tiempo, ahora recordaba que siempre oyó mencionar, no haciendo mucho caso, ciertos asuntos turbios acerca del encargado, Pedro Alarcón.

Por la carta, dedujo que este hombre ya estaría muy mayor y que seguiría viviendo en Las Pedroñeras. Pero no estaba para nada seguro de dónde pudiera vivir. El tono desesperado de las palabras, la angustia con la que, se vislumbraba, estaban escritas, denotaban urgencia al tiempo que desesperación. Una confesión al borde de la muerte.

Lo cierto era que Manuel, su padre, en el año 1969, llegó una tarde de primavera después de trabajar y dijo a su mujer y familia que no podían seguir en la aldea, que era un lugar maldito. Y, sin muchas más explicaciones, se mudaron a Cuenca, donde encontró trabajo como mecánico en uno de los talleres que por aquel entonces abrieron en la ciudad.

Durante unas horas, Andrés no quería darle demasiada importancia a aquella carta. Serían obsesiones de un viejo loco. Pero le daba vueltas a qué podría haber quedado inconcluso en esa época. El repentino cambio de su familia en el final de los años sesenta, ese desesperado grito de Pedro Alarcón a través de una carta, una confesión al borde de la muerte, todo ello era un conjunto de aspectos que no le dejaban tranquilo. Moralmente se sentía obligado a asumir y a afrontar lo que la vida le ponía por delante.

Su padre seguía vivo, pero actualmente enfermo y sin memoria. Los años no habían pasado en balde y la vejez le había quitado los recuerdos de su mente. Durante mucho tiempo, sus hermanos y él se esforzaron en que los recuerdos no se perdieran y en frenar lo que la degeneración estaba provocando. Actualmente, lo seguían cuidando pero apenas conocía a su familia y seres más queridos. Quizá por ello, Andrés dedujo que Pedro Alarcón sabía que debía dirigirse a alguno de sus hijos y no a Manuel, pues sabía que había perdido su memoria. ¿Y por qué a Andrés? Quizá porque es el único que de vez en cuando había estado regresando alguna vez a Las Pedroñeras. Tal vez porque había sido visto por el pueblo. Probablemente, Pedro le había seguido los pasos. Todo era un bullir de ideas inconclusas en su cabeza. Todo el rompecabezas debía juntarse. Y, aunque solo fuera para tomar un pequeño hilo para empezar a sacar el ovillo, pensó primero en intentar hablar con su padre.

Esa misma tarde se dirigió a la residencia de día donde acudía su padre, para hablar con él. Como era inútil intentar contar todo de manera narrada, le preguntaba:

-Papá, ¿te acuerdas de Pedro Alarcón? ¿Qué pasó en Santiaguillo? ¿Te acuerdas de Pedroñeras?-. Pero no obtenía respuesta. Ya iba a marcharse dejando todo por inútil, cuando después de una de las preguntas, su padre susurró despacio y en un hilo de voz:

-Pedro Alarcón, Santiaguillo, Resa…- Expresiones con las que gradualmente iba abriendo los ojos y poniendo expresión de terror. Y, seguía añadiendo, con toda una expresión de verdadera angustia:

-No, no, no… que diga la verdad, verdad… -Ya no dijo más, cerró los ojos. Aquella tarde, ya no volvió a decir palabra. Dentro de la pena que sintió porque su padre se encontrara así, y el escalofrío de saber que había una espada clavada en el corazón del hombre, vio con clarividencia que, por el honor y orgullo de su padre y por el suyo mismo, aquel asunto debía afrontarse y resolverse. A la mañana siguiente saldría para Pedroñeras.

II

Aquella noche se fue a su piso pensando en planear el asunto. La inquietud y el miedo se habían instalado en él pero una vez asumida la responsabilidad, no se iba a echar para atrás. Era para él moralmente un asunto de vida o muerte, cuestión de honra hacia su padre. Palabras mayores, el espíritu de un hombre que afronta la verdad. Al tiempo, con ello liberaría el peso de un alma atormentada, la que le pareció que tenía Pedro Alarcón. Las Pedroñeras no estaba demasiado lejos y tampoco necesitaba muchos preparativos para ir hasta allí. Andrés estaba de vacaciones en aquellos momentos, lo que le permitía una cierta libertad de movimientos. La cuestión fundamental era saber dónde viviría actualmente Alarcón, persona que, en su momento, había sido corpulenta y con graves palabras. Por el pulso con el que estaba escrita la carta, se deducía que todavía conservaba cierto vigor y pulcritud. Pensó que quizá la angustia vital se debía más bien a la necesidad de paliar o cerrar una herida del pasado, a un problema de salud físico. Como tampoco la localidad de Pedroñeras es muy grande, contempló la idea de que preguntando por él a los vecinos del lugar daría con la casa. No obstante, buscó en internet su nombre, unido al pueblo, para ver si encontraba información. Aparecían tres direcciones diferentes, todo era inconcluso. No sabía si el Pedro Alarcón de internet era el mismo que la persona buscada. La angustia y el nerviosismo de la situación tampoco le dejaban pensar en muchas más ideas. De repente, vio que una dirección se repetía en dos lugares, y aparecía un número de teléfono, asociado a un taller pedroñero. A pesar de que no sabía qué podría encontrarse, cogió el móvil y marcó el número. Una voz grave contestó:

-¿Sí? -Pasaron unos segundos antes de que Andrés respondiera, el miedo le había paralizado.

-¿Diga? ¿Quién es?

-Sí, oiga, ¿es usted Pedro Alarcón? -Acertó a decir Andrés en un hilo de voz.

-Sí, soy yo. ¿Dígame, qué quiere? -La voz de Pedro Alarcón era grave, pero había cierta angustia en su respiración. Después de todo, su salud no sería total y algún problema existía.

-Mire, soy Andrés Jiménez, he recibido una carta suya, quisiera hablar con usted. No tengo problema en ir para allá, mañana mismo.

-Ah, sí, Andrés… -paró unos segundos-, bien, estoy en Pedroñeras, vivo en la calle Jábega, cerca del Coso, no tiene pérdida, ¿no te acuerdas ya de mi casa?

-Sí, cierto, creo que la recuerdo. ¿Por qué me ha escrito usted esta carta? ¿Qué tiene que contarme?

-Mira muchacho, son cosas graves que pasaron hace mucho tiempo, pero por teléfono no puedo contar. Ven por favor, y te lo diré.

-De acuerdo, mire, creo que mañana mismo puedo ir para allá. Me gustaría tener algún adelanto.

-No puedo decirte ahora más. Aquí te recibiré. Solo te digo que… no todo es como parece.

III

A la mañana siguiente, con la salida del sol, cogió el coche y salió de viaje hacia Las Pedroñeras. Durante el viaje fue analizando las palabras que le había oído hablar a Pedro Alarcón, que no fueron muchas, pero intentando relacionarlas con toda la historia, que le llevaba a su infancia. Habían pasado muchos años y, vagamente, empezó a recordar. El trabajo de su padre como peón era duro, entre mulas y aperos, antes de la llegada masiva de la maquinaria al campo, en jornadas de sol a sol.

Al llegar a Las Pedroñeras, al pasar por los lugares de su infancia, recordaba aquellos momentos e intentaba relacionarlos con la llamada de Pedro. Desde la carretera, fue callejeando hasta llegar a la plaza del Coso. Desde allí se orientó y no tardó mucho en ir a la casa, en cierto mal estado, en que recordaba que vivía el encargado de la finca, corroborado por la conversación telefónica.

Llamó al timbre. Un sonido brillante y fuerte rompió el silencio. Un estremecimiento recorrió su cuerpo. Esperó unos segundos, que se hacían eternos, pero allí no contestaba nadie. Pasaron unos treinta segundos al cabo de los que se sintió un poco ridículo, como si le estuvieran tomando el pelo, como si todo fuera un sueño, una pesadilla de la que quería despertar. No se veía a nadie en la fresca mañana otoñal. Lucía el sol y un gato apareció tras una esquina, sin hacer mucho caso a Andrés. Volvió a llamar, pero no hubo éxito, no abría nadie la puerta. ¿Sería posible que fuera una broma? Estaba a punto de darse por vencido y marcharse, sintiéndose un poco avergonzado. En el momento en que tomaba la decisión de volverse y encaminarse hacia su coche, sintió unos golpecitos en el hombro izquierdo. Rápidamente se giró y vio una mujer menuda, de avanzada edad.

-Oiga, ¿es usted el muchacho que se llama Andrés Jiménez? –Dijo la mujer con una media sonrisa. En realidad Andrés ya no era un muchacho, más bien un hombre de mediana edad, pero quizá aquella mujer sí podía considerarle un joven.

-Sí, soy yo. ¿Qué quiere? –La mujer se lo quedó mirando un poco misteriosa, durante unos segundos no dijo nada-. ¿Qué es lo que pasa? –Añadió Andrés ante el sorprendente silencio.

-Mire, Andrés, o como se llame, yo no quiero problemas, y menos con Pedro Alarcón. No sé qué líos se trae pero me ha encargado que te dé esta carta. Yo no tengo nada que ver con este asunto. En bastante lío ya me he metido teniendo que hacerme cargo de esto. –Parecía que a la mujer le quemaba el sobre en las manos.

La misteriosa mujer le entregó la carta. Andrés no entendía nada. Con la llamada de la noche anterior, le había parecido que al fin y al cabo el tal Pedro hablaría de forma amistosa. Más aún, le pareció inaudito que, después de haber quedado con él, no diera la cara y se presentara por escrito, y además con mensajera. Quizá la mujer temía ciertas represalias que Andrés no entendía. Se quedó mirando el sobre, en el que ponía:

Para Andrés Jiménez del Valle


Entendió que Alarcón le escribía de nuevo por mensaje. Aficionado a la escritura se mostraba de nuevo aquel misterioso capataz. Cuando quiso pedir explicaciones, levantó la vista y la mujer ya había desaparecido y no quedaba más que una calle luminosa e inundada por el silencio. No podía hacer otra cosa que abrir el sobre. De nuevo estaba cerrado, como la primera carta que había recibido. En esta ocasión, no tenía un abrecartas a mano. Con mucho cuidado, abrió el envoltorio. Sacó un papel nuevamente pulcro y perfectamente doblado. Al extender dos dobleces, pudo leer lo siguiente:

Estimado Andrés,

Sé que quizá pienses que no es muy correcto no haberte recibido en persona, pero creo que para lo que tengo que contarte, es mejor que te acerques a Santiago de la Torre, o Santiaguillo, como lo llamamos coloquialmente. . Creo que conoces el camino. Por si tienes dudas, te digo las siguientes coordenadas:

N 39 25.963 W 02 35.069

Aquí te espero.

Pedro Alarcón.


No lo pensó mucho más, fue para allá.

             Buscando las coordenadas de la carta, tomó un camino que se dirigía a San Clemente. Al cabo de unos 8 kilómetros, aproximándose al río Záncara, llegó al punto de las coordenadas. Vio aparcada, junto al río, una pequeña furgoneta gastada por los años. Dejó el coche antes de llegar y se bajó. Mostraba prudencia porque no sabía qué podía encontrarse.

         De repente lo vio. Allí había un hombre bastante alto y con espaldas anchas. Se veía que había sido una persona corpulenta. Estaba vuelto, mirando hacia el castillo y, al girarse, vio que se apoyaba en un bastón. Continuaba observando los detalles, musitaba para sí y no se dio cuenta de la presencia de Andrés hasta solo unos metros, casi junto a él. -¿Perdone? ¿Es usted Pedro Alarcón? –preguntó tímidamente Andrés.

-Ah, ¡hombre estás aquí! ¡Me alegro de verte! –diciendo estas palabras, Alarcón se fue acercando a Andrés, mucho más de lo que a este le gustaría. Le incomodó, pero Pedro se mostraba una persona a las que no le importaba invadir el espacio vital.

Le estrechó una mano con firmeza y le apoyó la otra en el hombro. Pedro Alarcón se veía todavía fuerte y con cierta vitalidad, a pesar de que se le notaba cierta debilidad en el semblante. Pero esa supuesta flojedad que creía ver Andrés, se tornó en verdadera inquietud y angustia cuando verbalizó lo que vino después, como temblando.

-Te he escrito la carta porque tengo que compartir con alguien lo que pasa. Me arriesgo a que me taches de loco, como he pensado que haría otra gente, pero no me puedo ir de este mundo sin confiarle a alguien lo que aquí ocurre.

-¿Pues qué pasa aquí?

El texto que continúa este relato lo encontrarás en el interior de los sucesivos contenedores del multicaché. Para conocer la continuación y el final de la historia, hay que hacerlo recorriendo los lugares del mismo. Las indicaciones para ir encontrando los diferentes contenedores, se irán describiendo a lo largo de las etapas. Por lo tanto, tendrás que resolver un puzzle sobre el terreno. Por otro lado, se puede hacer un intercambio justo de objetos pero no está permitido llevarse los objetos personales de la etapa final, como son una cartera y una portada de periódico, para que todos los visitantes puedan disfrutar de su contemplación. Por si acaso falta, llevad artículo para escribir y poder firmar en el logbook final. Rogamos discreción porque aunque el lugar es tranquilo en mitad del campo, justo al lado del castillo hay unas casas de labor y de pastoreo que están activas y suele haber gente. Están acostumbrados a las visitas de turismo al castillo pero, para que el caché perdure, es conveniente que se mantenga la prudencia en los movimientos. Así mismo, recalcamos que ninguna de las etapas que forman este multicaché están dentro del castillo, ni tampoco en las casas abandonadas de al lado. No es necesario adentrarse en lugares en mal estado para encontrar los contenedores. Advertimos de la peligrosidad de los edificios y aconsejamos su contemplación desde fuera.


Descripción del Castillo de Santiago de la Torre


El presente es un castillo que perteneció a la Orden de Santiago, a don Juan Manuel y el marquesado de Villena en el siglo XIV, y a los reyes católicos en el siglo XV. su origen es una torre de gran altura de planta rectangular (con un posible recinto contiguo) con esquinas en piedra de sillería, pequeñas ventanas geminadas y ajimezadas, saeteras y una primitiva entrada en altura bajo un arco apuntado adovelado. Posteriormente, se ampliaría con tres pisos de estancias adosadas a una muralla exterior en forma de L, con 5 cubos de sección cilíndrica dotados de aspilleras y troneras circulares, y rematada por una cornisa de matacanes ciegos y adarve almenado. Posee dos accesos principales en la fachada este (destacando un arco de medio punto bajo un matacán en voladizo sostenido por cinco filas de ménsulas) y un portillo en la cerca occidental. El castillo, que dio origen a la aldea de Santiago de la Torre y la ermita que lo circundan, fue modificado internamente en el siglo XX para convertirlo en casa de labor, y sufrió el desafortunado añadido de parte del almenado en sus caras N y W, además del remate moderno de dos de los cinco cubos. A pesar de conservar más del 80% de su fábrica exterior, ha sufrido un gran deterioro en las dos últimas décadas por causas de abandono, expolio y vandalismo: el interior está totalmente arruinado, con la torre del homenaje convertida en palomar; la muralla externa tiene numerosos vanos de ventanas y puertas modernas; desapareció gran parte del adarve con sus elementos defensivos; y en diciembre de 2011 se vino abajo un lienzo de muralla de 50 m². Según se anunció hace unos meses, va a realizarse una restauración de la edificación.

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