El Gran León Mensajero
En muchas ciudades españolas la empresa Correos ( Sociedad Estatal de Correos y Telégrafos, SA ) tenía varias "cabezas de leones" dispuestas en las cercanías de su oficina central para tragarse las cartas que la gente quería enviar y, así, ejercer de mensajeros. Huesca no era menos y, cuando yo era pequeñ@ existían dos; una en la pared de dicha sede y otra a unos metros más abajo mirando al Coso (si no recuerdo mal).
Cuando un@ es pequeñ@ no escribe muchas cartas, y mucho menos hoy en día cuando los móviles, tablets y ordenadores están a la orden del día y se teclea más de lo que se escribe. Cuando un@ es un(a) renacuaj@ escribe para imitar el mundo adulto, hacer ver lo mucho que está aprendiendo, hacer los deberes y… las maravillosas y esperadas y esperanzadoras cartas a sus Majestades los Reyes Magos. En los primeros años, estas cartas no las escribimos nosotros solos sino que nos ayuda algún familiar, pero sí somos nosotros quienes las echamos al buzón con la gran duda de si llegarán a sus destinatarios. En mi caso, uno de los famosos buzones por el que llegaban antes las cartas a los Reyes Magos era el del León que estaba y está en la Calle Moya (oficina principal de Correos). Recuerdo pensar que si metía la mano, la boca de este animal se iba a cerrar y se iba a comer la carta al igual que haría con mi pequeña y todavía torpe mano ¡Con menudo miedo la acercaba! Tanto era así que me viene a la mente alguna imagen en la que retiré la mano con tanta rapidez que la carta quedó visible y mi abuela (conmigo en brazos, porque era un retaco) me decía que la cogiese y la metiese bien en la boca de León; pero tuvo que ser ella la que la acabara empujando un poco para que cayese dentro del mismo y, así, llegase a los Reyes Magos a tiempo. Pasaba el tiempo y veía que todo el mundo salía con sus manos y dedos perfectos, y mis experiencias eran positivas también, así que continué echando cartas de mis padres y otras mías a esa gran boca antes de reírme y poner cara pícara de “¡Lo he conseguido!”. Y sigue pasando el tiempo y cada vez escribes menos cartas y las escasas que escribes las echas en el buzón que más cerca tienes de casa. Y aun pasa más tiempo y ya no escribes cartas hasta que llega Navidad (a veces ni eso) y, algún año, decides hacer postales entrañables para recordar la magia que sentías al preparar, enviar y recibir correo con toda la expectación que conlleva.
De esos dos leones mensajeros solo queda el de la Calle Moya, y como recuerdo de los miedos infantiles que, en verdad, vienen cargados de ilusión y emoción, y de la infancia (quizás más de la mía porque es mi mini historia y de una de las anécdotas que tengo con mi abuela y otras con mi madre) va este caché.
No tengáis miedo y poneos a escribir cartas con las ganas que teníamos de pequeños, metedlas en el Gran León Mensajero y sorrended a alguien con vuestro cariño y tiempo dedicado.
Feliz caché.