La historia de los caballeros Templarios es apasionante, aunque también desconocida. Lo que sí sabemos es que la antigua Orden fue creada en el año 1118, convirtiéndose en muy poco tiempo en una de las comunidades militares cristianas más poderosas e influyentes de la Edad Media. Fue creada por nueve caballeros franceses, liderados en primera instancia por Hugo de Payns. Tras él, más de dos siglos de historia avalaron su autoridad sobre la sociedad.
El propósito principal de su fundación era proteger la vida de los cristianos que peregrinaban a Jerusalén tras la conquista. Tras un periodo de éxito y esplendor, el Papa Clemente V tomó represalias contra sus integrantes debido al gran poder que habían alcanzado. Finalmente los templarios fueron detenidos y condenados a las peores torturas, hasta su total disolución en el año 1312... O eso dicen los libros...
Sin embargo, todavía hay muchos misterios asociados a los templarios y que todavía no están resueltos. Uno de ellos tiene que ver con la ubicación en la que nos encontramos: el Cabezo Gordo. En un principio, se piensa que sobre sus colinas se produjo un asentamiento de la orden y cuyo principal objetivo era la protección de los peregrinos que marchaban a Jerusalén por tierra. Desde aquí se podía controlar la práctica totalidad de la llanura del Campo de Cartagena.
No obstante, los caballeros no tardaron en darse cuenta de la utilidad que este emplazamiento les brindaba y que se encontraba en su interior. Un infinidad de simas, cuevas, pasadizos y rincones ofrecían el escondite perfecto a los tesoros que, durante su actividad, los caballeros habían ido recogiendo.
Cuenta la leyenda que, cuando el Papa Clemente V ordenó la disolución y captura de la Orden y sus caballeros, todos los presentes en este emplazamiento fueron capturados y condenados a muerte, así como la mayoría de tesoros recuperados y enviados a Roma. Sin embargo, los más viejos cuentan que uno de ellos consiguió escapar, un valiente y aguerrido caballero venido del norte de Europa. Encondiéndose en los recovecos de la montaña y en sus galerías y cuevas, logró lo que parecía imposible: huir de las garras del Papa. Y con él se llevó el tesoro más preciado. Nadie nunca pudo dar con él ni localizar el tesoro.
Los habitantes del lugar buscaron durante décadas alguna pista que les llevara hasta su paradero, pero finalmente lo descartaron. Hasta nuestros días...
