En una época en la que el agua corriente aún no llegaba a los hogares, lavar la ropa era una ardua tarea que obligaba a las mujeres a acudir a los ríos y fuentes cercanas. Para facilitar esta labor, las comunidades construyeron pequeñas presas y colocaron losas inclinadas donde se podía frotar la ropa.
Con el tiempo, estos rudimentarios lavaderos evolucionaron hacia estructuras más sofisticadas: pilones de piedra con agua canalizada e incluso techumbres para proteger a las lavanderas de las inclemencias del tiempo. La mejora de los lavaderos corrió a cargo de las diferentes parroquias y municipios gallegos, lo que los convirtió en espacios comunitarios y públicos.
Más allá de su función como lugares para lavar ropa, los lavaderos gallegos eran puntos de encuentro, especialmente para las mujeres, quienes compartían su día a día mientras realizaban dicha tarea. Estas reuniones servían para establecer lazos y entablar tertulias donde se discutían problemas cotidianos, se compartían consejos y se fortalecía el sentido de comunidad. De ahí el dicho popular: 'o lavar non quita o falar' (lavar no quita el hablar, en castellano).
Con la llegada del agua corriente a las viviendas, los lavaderos perdieron su función principal. Hoy en día, aunque su uso es ocasional, sobre todo en pueblos y zonas rurales donde aún se emplean para lavar piezas grandes como mantas o alfombras, continúan siendo un símbolo que evoca a tiempos pasados.
Por poner un ejemplo, en Santiago de Compostela, estos espacios tienen un gran valor histórico por su relación con las 'lavandeiras', (lavanderas en castellano) que eran las mujeres que se dedicaban a lavar para hospitales e iglesias. De esta manera esta profesión desempeñó, durante años, un papel fundamental en la economía local.
Si bien es cierto que, aunque muchos lavaderos ya no se usan y muchos otros han sido abandonados, otros se conservan como patrimonio histórico. Además, las fuentes asociadas a los lavaderos continúan siendo aprovechadas, reforzando el papel de estas construcciones en el paisaje cultural gallego. Por lo tanto, los lavaderos gallegos representan un testimonio vivo de las costumbres de una época que ayudan a entender el pasado de Galicia.